Mostrando entradas con la etiqueta La Ciudad después del humo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La Ciudad después del humo. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de febrero de 2013

comentario de Laura Galarza

"La Ciudad después del humo", de Mario Capasso.

Stephen King utilizaba en sus clases de literatura una consigna disparadora donde le proponía a sus alumnos del secundario escribir sobre algún hecho que ellos consideraran les había cambiado la vida. El cuarto libro de Mario Capasso, La Ciudad después del humo, (Martelli y López editores, 2011) podría haber tenido origen en la siguiente consigna: escribe una novela de 265 páginas en las que sólo aparecen un hombre y un perro en una ciudad devastada. ¿Cómo lo logra Capasso? Por el uso del lenguaje. Que más que un uso, es un sumergirse. En una combinación muy particular de palabras escogidas, con un uso coloquial de rioba tanguero con expresiones que podrían despertar nostalgia en alguna generación, como: “muerto el perro se acabó la rabia”, “pelandrún”, “gil de peluquería”, “el tachito por si llueve”, Capasso nos cuenta una historia devastadora, donde no hay de dónde agarrarse. A la manera del último hombre, un hombre sin nombre, (porque el narrador habla en primera persona o le habla al perro), tarda casi 50 páginas en salir de la cama. Afuera, la ciudad tomada por el humo. Cuerpos apilados pudriéndose, ratas, perros callejeros, basura amontonada. Todo se pudre. Él recorre esas calles y va relatando la transformación, con un ojo al detalle que va sumiendo al lector en una soledad que se siente en el cuerpo. 

A la manera de Ensayo sobre la ceguera de Saramago o La peste, de Camus, el protagonista es testigo del derrumbe. ¿De la ciudad? ¿De la humanidad? “¿Y si la retirada de la cortina de humo viniese a significar, para nosotros y para nuestra descendencia, una segunda oportunidad? Dice el hombre que camina sin rumbo mientras no se ve “ni un pájaro, ni una mariposa”. Por momentos hay un atisbo de luz, pareciera que hay otros: “La soledad más perfecta se apoderó de mí y supongo de cada uno de los habitantes de La Ciudad, incluidos los turistas y sus filmadoras”. Pero más abajo: “El perro continuaba moviéndose entre los difuntos”.

El libro de Capasso no da respiro, hunde el pecho, hace reflexionar, nos saca alguna sonrisa en medio de lo desolador cuando el protagonista sin rostro ni identidad, se ríe de sí mismo, se sus mañas, de sus pensamientos, de manera ácida, socarrona, como de tipo con calle, que ya fue y vino. 

Recuerdo claro, quién no, aquella vez en que nuestra ciudad se llenó de humo. Una vez por la quema de pastizales por Panamericana, ruta 9 si no me falla la memoria. También las cenizas del volcán. Ahora bien, después de leer a Capasso uno sabe que el humo, o aquello que viene de repente a alterar lo cotidiano, aquello que irrumpe cuando todos estamos ocupados mientras la vida pasa, aquello puede volver el reloj a cero. “Porque a veces lo que llamamos destino depende de pavadas así.” 

Mario Capasso, que es de Villa Martelli, viene trabajando duro y parejo. Ha publicado: El futuro es un tropel absurdo, cuentos 1999 y El Edificio, Una novela en escombros, novela 2002 y que ha sido traducida al francés, y Piedras heridas, cuentos 2005. Federico Jeanmaire ha dicho de él: “Capasso se siente muy cómodo en ese lugar tan incómodo que ha elegido para narrar. Cómodo en los márgenes, en los límites de la escritura misma.” Y un poco así el lector se siente al cerrar el libro, fuera del mundo, porque ya no hay mundo. Incómodo, entre plazas con malezas, moscardones, sin saber dónde ponerse. Y después viene la lluvia, las cañerías que desbordan, el granizo. “¿Vos ves lo mismo que yo? Le dice el hombre al perro sobre el final. “No me digas que es el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida y la de todos nosotros, vos incluido, claro.” Vos incluido, lector.

Laura Galarza es psicoanalista y escritora. Colaboradora habitual de Radar Libros, el suplemento literario de Página 12.

sábado, 7 de abril de 2012

La opinión de Daniel Teobaldi

La novela La Ciudad después del humo de Mario Capasso es algo realmente alucinante. Y cuando digo alucinante no caigo en el lugar común, sino que como lector me ha impactado la escritura que utiliza. Una escritura que es la base de un efecto casi hipnótico. Una escritura que combina, sin fisuras, un registro muy coloquial con uno muy culto. Eso es lo que produce un primer efecto de extrañeza, y que termina siendo la puerta de acceso a un mundo también extraño. Aunque los referentes sean decididamente reconocibles, lo que va construyendo esa escritura es un ámbito en el que los personajes deambulan con total incertidumbre. Se mueven entre los restos de lo que queda de un espacio para ir construyendo otros espacios en los que anclan. Imágenes tiernas en un mundo devorado. Y la humanidad que trata de salvarse de alguna manera. Una muy buena novela, que merece ser leída, con atención y con detenimiento.

Daniel Teobaldi, nacido en Córdoba. Es Doctor en Letras Modernas. Escritor y profesor universitario. Es autor de obras de crítica literaria, publicadas en el país y en el extranjero, y de obras narrativas: Los oficios inciertos (cuentos), La otra mirada (cuentos), Escrito en el aire (cuentos), Un lento crepúsculo (novela) y El final de la noche (novela).

jueves, 9 de febrero de 2012

Ezequiel Acuña, sus impresiones sobre La Ciudad...

En “La Ciudad después del humo”, un título hermoso, en verdad envidiable, se destaca una pronunciada impronta poética. La novela despliega una escritura que juega con el lenguaje, con la sonoridad y la similitud de los conceptos, con las frases y sus posibles dobles sentidos. Trazando una trayectoria elíptica, utiliza el recurso de la concatenación: un sentido conduce a otro y se desplaza hacia adelante en el lenguaje, llevando la palabra más allá de los límites. Aparece la metáfora como fuente permanente que, aprovechada al extremo, converge en una deriva general: primero en el pensamiento del personaje, luego en la narración de los distintos acontecimientos en la ciudad, reafirmados por ese encadenamiento de conceptos. En este párrafo, por ejemplo, se parte de un nubarrón y, en esa suerte de derivación y de vagabundeo, se va atando a una cadena y se va yendo:

"Le eché el ojo al nubarrón inicial que sobrevolaba la zona. Según mis mediciones se desplazaba a velocidad crucero y además vaporoso de un extremo al opuesto, haciéndose el guapo del barrio y sus esquinas más turbias. Sí, tal cual, porque el muy oscuro la posaba de compadrito, se las daba de remedo de lo que, al decir de los tangos y milongas y algún valsecito medio perdido, ocurría en los antiguos arrabales de antaño, en los alrededores de los faroles que mal iluminaban las ochavas y proyectaban las sombras de los chambergos de moda, mientras las percantas siempre malignas se quedaban abiertas entre glicinas y se enredaban con los malvones y, cuando el percal se les tornaba insoportable, al piantarse con la valijita te amuraban con una de cal y una de arena y ya al cruzar el patio emparrado te hacían sonar sin orquesta, en lunfardo o en el zaguán de los despechos".

Es ese despliegue del lenguaje y de los diferentes argots y anacronismos que se utilizan en la narración de los sucesos, el que lleva todo el tiempo a un aplazamiento del sentido último de un párrafo y nos sitúa ante un texto que, al alcanzar el ideal cortazariano, nos causa la impresión de estar leyéndolo siempre por primera vez: “Permití a las palabras hacer su vida, entrar en implosión si así lo querían”.

La llegada del humo hace que se pierdan los códigos, que se rompa el sentido de la comunicación: "las toses impusieron su lenguaje".

La soledad del narrador/protagonista denota la pérdida de la función comunicativa del lenguaje y lo presenta como un juego donde el personaje se entretiene narrando los sucesos a la vez que, en algunos pasajes de la novela, ejerce una especie de autoconciencia donde se cuestiona el camino que fue tomando la narración: “y por qué la ficción agarró para este embrollo de la muerte y no para otro más amable y comprador” o se separa el narrador del personaje, y se insulta a sí mismo: “escuchá atento y fuerte como un roble, pelafustán de cuarta generación". Se distinguen los planos, y eso tiene que ver con una fuerte impronta de subjetividad en el trabajo que sustenta el hecho del lenguaje poético.

La referencia al mundo exacto, a esa cierta realidad que suponemos conocer, pierde el interés dentro de la novela por falta de protagonismo. El protagonismo principal lo tienen los laterales, las derivaciones, las digresiones que hace el personaje, las distracciones en las que se embarca. Tal vez importe bastante más la historia, pero me pareció más relevante el gran trabajo, que de hecho me parece abismal, que se concreta con el lenguaje, con la escritura. Leí la novela desde ese lugar y cierro el comentario con una frase del crítico Roland Barthes, que esclarece esta posición:

“Lo que me gusta en un relato no es directamente su contenido ni su estructura sino más bien las rasgaduras que le impongo a su bella envoltura: corro, salto, levanto la cabeza y vuelvo a sumergirme. (...)

Por lo tanto hay dos regímenes de lectura: una va directamente a las articulaciones de la anécdota, considera la extensión del texto, ignora los juegos del lenguaje (...); la otra lectura no deja nada: pesa el texto y ligada a él lee, con aplicación y ardientemente, atrapa en cada punto del texto el asíndeton que corta los lenguajes, y no la anécdota: no es [la lógica de la historia, del relato] la que cautiva a esa lectura, sino la superposición de los niveles de la significación, [los niveles del lenguaje, los distintos lenguajes]
 
 
Ezequiel Acuña es estudiante de Letras en la UBA y periodista. Trabaja en Página 12 y coparticipa en la conducción del programa de radio "sin lugar para los débiles" en:

jueves, 25 de agosto de 2011

La Ciudad en librerías

Entrega a domicilio sin gastos de envío en Capital y gran Buenos Aires solicitándolo por mail a textos_en_escombros@yahoo.com.ar


Librerías donde se puede adquirir "La Ciudad después del humo":


Librería NORTE - Avda. Las Heras 2225 - Caba
La Libre - Bolivar 646 - Caba
FEDRO LIBROS, Carlos Calvo 578 – San Telmo
REFORMA, Cuenca 3285 – Villa del Parque
MORÁN, Pedro Morán 3254/58 – Villa Devoto
DEVOTO SHOPPING, Local 326 - Villa Devoto
CATERVA LIBROS, Esmeralda 887 - Caba
OBEL libros, Corrientes 1230 - Caba


Pedidos desde cualquier parte del mundo:
http://www.vivilibros.com/   
info@vivilibros.com


o encargar en librerías mencionando la editorial: MARTELLI Y LÓPEZ EDITORES
y la distribuidora:  CASASSA Y LORENZO

martes, 23 de agosto de 2011

Beatriz Isoldi sobre La Ciudad...

Me quedo con una rara sensación de que algo muy importante ha ocurrido. Es un libro increíble que no se parece a ningún otro aunque mientras lo leía me resonaba esa miradita cruel y desgastada de Henry Miller, la explosión irrefrenable de un Marechal, el agobio y el desconcierto de un Kafka o la pesadilla de Saramago en Ensayo sobre la ceguera. A todo eso hay que adosarle un estilo totalmente propio. Proust aparte, es increíble la cantidad de páginas dedicadas al despertar de este tipo (que ni siquiera tiene nombre, eso no se hace) casi un Adán Buenosayres encontrándose con la mañana. El argumento puede resumirse en una sola frase, y eso que es el argumento importa mucho menos que las sensaciones por las que pasa el personaje. Como dice Jeanmaire y Colautti, la escritura sobrepasa la historia y no nos podemos despegar de ella.


Beatriz Isoldi nació en Buenos Aires. Profesora de Literatura y periodista, jurado en numerosos concursos literarios, coordinadora de talleres literarios. Entre sus libros publicados figuran: Cuentos desde Amogán, Los amores imposibles (Novela - Premio del Fondo Nacional de las Artes), Encuentro con Venus (Cuentos - Faja de Honor de la SADE), Paisaje de la Batalla (cuentos), ¿Dónde estás? (cuentos infantiles), La noche de la luna roja (Cuentos - Primer Premio otorgado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires), El Pacto Secreto (Ensayo - Primer Premio otorgado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires) y Variaciones sobre un tema de Salieri

martes, 26 de julio de 2011

Nota de Germán Cáceres

Estamos ante una novela ajena al realismo y absolutamente libre en su concepción, de modo que cada lector puede interpretarla de acuerdo a su perspectiva y tener también su propia valoración.


La anécdota es leve y sobre todo escurridiza. Un narrador-protagonista cuenta que los habitantes de La Ciudad, ante la presencia de un humo que la cubrió por completo, debieron huir mientras él permanecía durmiendo en su pieza. Pero al retirarse la humareda, los ciudadanos regresan y entonces el personaje comienza a recorrer esa Ciudad maloliente -el hedor no deja de evocar la muerte-, sucia y en ruinas. Y se encuentra, así, con un mundo carente de sentido y, en estado de somnolencia, arriba a una estación de tren repleta de cadáveres, en la que encuentra a un perro flaco que le hace compañía hasta el final de la historia. Más tarde se produce una inundación causada y ambos navegan en un barquito del que no se dan precisiones. Porteros y policías sortean las aguas tomados de escobas, flotan computadoras con los usuarios pegados a los teclados, vehículos de todo tipo son arrastrados por la corriente y numerosas personas trepan por las pocas paredes que quedan en pie. Después de acceder a una autopista principal, en la que ocurren accidentes fatales y choques en cadena, desembocan en una zona de incendios provocados por una fábrica que fue quemada por los vecinos. El humo parece regresar, la gente empieza a abandonar La Ciudad y el perro también se aleja del narrador. Éste, en una suerte de leitmotiv humorístico, a lo largo del libro se siente acuciado por un abrumador deseo sexual que no encuentra forma de satisfacer y, a la vez que imagina mujeres despampanantes, recuerda los momentos gloriosos vividos en un prostíbulo situado en un callejón sin salida de La Ciudad.


Pero el auténtico protagonista de La Ciudad después del humo es el lenguaje. Mario Capasso (Villa Martelli, 1953), que, además de esta novela, tiene tres libros publicados, demuestra capacidad para enhebrar con ritmo y soltura períodos largos. En su prosa amplificada de frases caudalosas -resueltas con acrobática soltura- testimonia un amor incuestionable por la belleza del idioma y juega con las palabras, a las que suele darles un giro burlón e irónico recurriendo al lunfardo, a las locuciones populares y a oraciones que repiten títulos de películas, de canciones y de libros.


En cierta forma el texto se inscribe en la literatura del Absurdo al registrar un universo disparatado, tan inasible como fantasmagórico, con algo del espíritu de las misceláneas de Macedonio Fernández o de “los raros” uruguayos (Felisberto Hernández y Mario Levrero, entre otros). No obstante su permanente humor, la narración evidencia bastante pesimismo y transmite una sensación de angustia y de fuerte melancolía: “Costó, pero aquí estoy, sometiendo mis experiencias recién hoy a este tanteo de escritura que (...) irá a parar a la cavidad más atravesada de una biblioteca descartable y allí permanecerá hasta que se pudra el universo (...) porque todo un día será pasado y olvidado y borrado”. Para apuntalar este pensamiento una serie de monólogos interiores se encargan de reflexionar profundamente sobre la existencia.


La Ciudad después del humo es una novela que debe leerse con suma atención para indagar en sus múltiples sentidos y poder disfrutar tanto de los vericuetos de su magnífica escritura como de sus agudas introspecciones. El mismo autor tal vez da una pista kafkiana cuando sugiere: ”Como el caso de aquel agrimensor yendo a perpetuidad hacia el castillo, según había leído una noche de invierno en un sillón prestado, cuando ni soñaba con el humo y su proceso”.

Germán Cáceres es autor de cinco ensayos, tres libros de cuentos, dos novelas, tres libros de literatura infantil y juvenil, cinco obras de teatro y dos compilaciones de cuentos.
Recibió Mención de Honor Premio Municipal en Cuento. Obtuvo cuatro "Fajas de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores". Mereció Mención de Honor en el Concurso Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo). La Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le otorgó el 1er. Premio Especial “Eduardo Mallea” por su ensayo La aventura en América. En octubre de 2002 fue premiado en el concurso de cuentos "Atanas Mandadjiev", celebrado en Sofía, Bulgaria. En 2005 ganó el primer y segundo premios en el “Concurso internacional de novela juvenil” organizado por la editorial HMR Systems.
En octubre de 2005 se estrenó su obra de teatro Knock out, fuera de combate, y en abril de 2007, Agua, piedras y escobazos.


Su participación en la web:

Presentación de La Ciudad después del humo - I -



Apertura de la presentación de la novela La Ciudad después del humo de Mario Capasso por el locutor Numa Viard.
Se refiere a los objetivos editoriales Luis García, editor responsable de Martelli y Lopez editores.
Lee un párrafo de la obra: Numa Viard.
Salón Cortazar de la Biblioteca Nacional el 21-07-2011

Presentación de La Ciudad después del humo - II -



Presentación de la novela La Ciudad después del humo de Mario Capasso en la Biblioteca Nacional el 21-07-2011. Se refiere a la Obra el periodista Ezequiel Acuña

Presentación de La Ciudad después del humo - III -



Numa Viard lee un párrafo de La Ciudad después del humo de Mario Capasso. Federico Jeanmaire se refiere a la obra durante su presentación el 21 de Julio de 2011 en la sala R.A. Cortázar de la Biblioteca Nacional

domingo, 24 de julio de 2011

Presentación de "La Ciudad después del humo" - IV -



Numa Viard lee un fragmento de La Ciudad después del humo. Mario Capasso agradece a los presentes cerrando así la presentación de su novela el 21 de Julio de 2011 en la Biblioteca Nacional

jueves, 30 de junio de 2011

Presentación de "La Ciudad después del humo" de Mario Capasso

Presentación de la novela La Ciudad después del humo, de MARIO CAPASSO, con prólogo de Sergio G. Colautti, editada por MARTELLI Y LÓPEZ EDITORES (que con esta obra inicia su inserción en el mundo del libro de nuestro país con una colección dedicada a difundir buena literatura, en cuidadas ediciones).

Palabras a cargo de Federico Jeanmaire, escritor, y de Ezequiel Acuña, periodista. Numa Viard, locutor nacional, leerá fragmentos de la obra. El evento será conducido por Belén Castellino.

La Ciudad después del humo es el cuarto libro de MARIO CAPASSO. Su novela El edificio y el volumen de cuentos Piedras heridas –2do. Premio, año 2003, del Fondo Nacional de las Artes– serán traducidos y publicados en Francia por EDITIONS LA DERNIÈRE GOUTTE.


Jueves 21 de julio, a las 19 hs. (Puntual)

Sala Augusto Raúl Cortázar

Biblioteca Nacional

Agüero 2502

sábado, 11 de junio de 2011

La Ciudad después del humo - Martelli y Lopez editores

- Porque las personas aquí presentes han emigrado contra su deseo y se merecen un análisis político y social y también esa parafernalia de conceptos con la que siempre arremetemos y que nunca se termina de entender.
Eso dije entre dientes y caries y algunos espacios vacíos, supongo que a modo de justificativo, antes de encarar una subidita por el mismo precio. Arranqué despacio, como si me aguardara un chiquero o el pago de una deuda.
Di unos cuantos pasos para adelante, tratando de no pisar a nadie, con alguna que otra excepción no tenida en cuenta. Cuando ya desesperaba, me pesqué en infracción y, como discurría sin caña ni red, me limité a imaginar una carnada y a tirar líneas porque sí nomás.
Ya en la cumbre de la subidita, ensarté un paréntesis sin grandes ilusiones, y ahí arriba me topé con un montículo imprevisto, compuesto de tierra y piedritas de origen y materiales diversos, que el viento y su designio impalpable habían creado poco a poco, según aposté con una bocamanga más baja que la compañera. Tal fue mi conclusión favorita, aunque no cabía descartar por completo la participación no sé si desinteresada de la violencia de género, según creo haber pensado con la ropa bien puesta y con una naturalidad que desconozco de dónde saqué.


La atmósfera preexistente se convulsionó. Unos cuantos relámpagos, quizá frutos del rayo que no cesa, más que estallar en la bóveda antes celeste e iluminar el cosmos y toda su parafernalia, aparentaron discutir entre ellos.
Una gran trifulca universal.
- La pelea del siglo.
Las muletillas y los insultos de la naturaleza sonaban cada vez con mayor fuerza y yo quería acusar recibo pero carecía de talonario. Pero no de labia.
- Por razones de estricto orden cósmico, yendo de un santiamén a otro aún más repentino, sin ninguna preocupación por las canciones de cuna, el cariño materno y la lactancia de los querubines, de una brevedad a otra va a largarse a llover sin chupetes, van a caer biberones de punta –sentencié sin cortes, no sé si ya con dicción de trueno o con la esperanza de obtenerla a la primera o segunda gota, bañado por la fascinación que esta perspectiva ofrecía, imaginándome enjabonado hasta las pestañas y algo más.
De súbito, en señal de desprecio hacia las dos o tres probables presiones que lo conminaban a apaciguarse antes de que fuese demasiado encapotado, el entorno en su totalidad comenzó a palpitar, a asemejarse al corazón de las tinieblas, una imagen que al toque vislumbré como una promesa en la figura de un gran barco en plena navegación hacia la nada. Calculo que ahí, durante esa campaña en la que el firmamento se puso a chirriar de lo lindo, empezó a desequilibrarnos la zozobra.
- Uy, uy, perro, perro, dale, dale que se arma el tole-tole y no me gusta repetir las palabras.
Con las tribulaciones correspondientes, ahí parados tipo mármol frente a los sucesos, continuábamos los dos, uno al lado del otro y viceversa. Yo con mis fantasmas y el pichicho supongo que con sus piojos y sus pulgas y algún que otro recuerdo de épocas mejores. Ambos pegaditos a la perspectiva de una iluminación que se nos prendiera del cuadril y que viniera a sacarnos de la parrilla en la que estábamos.
Para decirlo con franqueza, no sabíamos qué hacer y eso hacíamos.
Mirábamos.
El gentío fue aquietándose.
Una quietud rara, hasta que.
- Pichicho, presiento que algo, sin hacer ningún ruidito, agazapado como una adversidad que ahora retorna a las andanzas, se ha puesto a funcionar mal, muy mal y sin socorro a la vista –dije a modo de indagación de la realidad o de frase célebre destinada al olvido.
El declive, que hasta ese momento se había mantenido derechito, comenzó a inclinarse.
Y no bastó con eso.
Una vibración de la atmósfera se hizo presente y comenzó a desparramarse y a cobrar sentido en una cuota sola y en una sola dirección.La peor de todas.
- Ahora sí que la terminamos de embarrar. Más claro ya se notaría aguachento. Porque parece que se destapó la debacle.
Me di cuenta del colosal movimiento puesto en marcha y eso quise expresar a través de un par de gemidos.
El éxodo se había implantado en tierra fértil y conseguido fuerzas en las barracas y en los monoblocks y contaba ahora con sus adeptos, que por lo que se apreciaba sin mucho esfuerzo vendrían a ser, en principio, sin necesidad de enumerarlos, casi todos los habitantes de La Ciudad.

Martelli y López Editores
4709-1909 / 11-6162-1273

lunes, 2 de mayo de 2011

37 Feria del Libro

amigos, el próximo sábado 7 de mayo, a las 18 horas, estaré firmando ejemplares de "La Ciudad después del humo", en la Feria del Libro de Buenos Aires. Esto será en el stand 2536 del pabellón amarillo,
Quedan cordialmente invitados,

desde ya, muchas gracias,
un abrazo,
mario

sábado, 23 de abril de 2011

"La Ciudad después del humo" en la 37 Feria del Libro








La Ciudad después del humo en la 37 Feria del libro

Palabras antes del humo - Sergio Colautti

Tan inquietante como necesaria en la experiencia literaria argentina de estos años, la novela de Mario Capasso se deja interrogar por su naturaleza: ¿qué es? ¿Una profética humorada? ¿Una ácida mirada sobre el sitio del hombre en la hipermodernidad? ¿Una ironía lacerante que instala al lenguaje como única y provisoria posibilidad de ser en la intemperie? Tal vez las tres cosas y más: el despliegue narrativo se abre a la pluralidad de la recepción pero no deja pasar, en ninguna lectura, el estruendoso patetismo de un relato que objetiva el dolor, que naturaliza la tragedia y nos deja solos, perplejos, ante la desnudez de la indolencia.

El lenguaje, verdadero centro gravitacional del texto, abandona su descripción plana para diseminarse en otros lenguajes: descubre y redescubre paisajes y situaciones, insinúa perfiles no advertidos por la mirada convencional, construye escenarios que el realismo no suele desafiar; se deja atravesar, además, por la experiencia total del idioma: el fraseo del tango, del rock, de la costumbre callejera, de la invención literaria o artística, de la memoria histórica o política, en fin, de la cultura en todos los pliegues posibles. Así, Capasso logra un doble movimiento sorprendente y eficaz: focaliza lo verosímil para hacerlo narración, para contarlo desde su humor incisivo y su irónica indagación del vínculo entre la Ciudad y sus hombres, y a la vez recupera a cada paso las esquirlas, los retazos y los bordes de la memoria cultural. Desde ahí escribe Capasso, que, como ha escrito Federico Jeanmaire, «se siente cómodo en ese lugar tan incómodo, en los márgenes, en los límites de la escritura misma». Un cruce de textos en el que nace su texto: un humo convertido en lenguaje y un lenguaje que, desesperado, convoca a todos los intertextos que le dieron sentido durante siglos y que parecen acabar con ese último hablante.

Una inminencia del silencio late en cada frase del narrador, por eso la desmesura de sus párrafos generosos y la ebullición de subordinadas, que contrastan con el laconismo cerrado de sus frases conclusivas: una respiración que teme dejar de ser, una voz que presiente su afonía…

En un pasaje, el narrador desea ser gorrión y decir la palabra «nido» y «sugerir que estoy queriendo significar otra cosa, o que el nido esconde un secreto cuya revelación es imposible»; esa relación entre las palabras y las cosas viene a decir lo que el espacio literario es en la narrativa capassiana: un humo que deja ver mejor, un espacio extraño y a la vez cotidiano, donde se vislumbra, no sin escamoteos, el latido más real del hombre urbano que sobrevive, como puede, a sí mismo y a sus propios días.

Tal vez el humo sea el borramiento de lo real, el desdibujamiento de todo lo visible, el espejo esperpéntico que nos permite ver diferente para ver más; la escritura no sólo describe la Ciudad después del humo, también la inventa, pero para comprenderla mejor, para indagar sus formas ocultas, sus recovecos, para saber de su invisibilidad. El pasaje que reúne a Sartre y Camus no es casual y opera del mismo modo en que cada registro de la novela decide significar; peste y angustia, en este caso, resemantizados para hablar del humo invasor y sus efectos.

La Ciudad después del humo parece escrita desde un territorio que cobija sin colisiones lo culto y lo popular, un sitio de cruce entre lo universal y lo local: una pesadilla de Kafka escrita en el tono melancólico de Cátulo Castillo.

El final del relato, expandiendo esa pesadilla, esa herida absurda, esconde una de sus zonas más brillantes: un bombero ensaya una explicación del incendio inscripta en el itinerario bíblico; el discurso se inserta con admirable eficacia en la construcción literaria, pero, además, se abre a su sentido existencial, siempre presente en el texto pero, en el aliento último de la escritura, más decisivo para decir la conmovedora desolación del hombre frente al cosmos en llamas, tan indiferente a su destino, ahora que se ha quedado sin Ciudad, sin perro y sin palabras.

domingo, 17 de abril de 2011

La Ciudad después del humo

Durante el auge de esa temporada ahumada, que careció de semejanzas y muchedumbres, caracterizada entre otras curiosidades por una decadencia dispar, sin un acuerdo previo al que aferrarnos, asumiendo la actitud que se nos antojaba en el lugar menos indicado, todos nos doblamos en menor o en mayor medida y tosimos como bestias.

Las toses impusieron su lenguaje, un lenguaje sin límites ni costumbres, con los antecedentes por el piso.

Una tos no significaba lo mismo que otra tos.

La longitud de las expectoraciones quería significarnos algo que apenas imaginábamos o jugábamos a ignorar o poníamos bajo sospecha.

En lo que respecta a la anchura de algunas partes del invasor, se generaron varias quejas, en especial desde el bando receptor.

Todo se oscureció.

Muchas fotos se velaron o fueron apartadas.

Los días y los lugares se enrarecieron de una manera extraña.

Determinadas palabras comenzaron a designar objetos inexistentes.

Y ni hablar de nosotros, los ciudadanos de a pie juntillas, que andábamos de acá para allá perdidos en la noche, como exilados en la neblina. Así, totalmente deshermanados, conformábamos una manga de parias ojerosos sin otro destino que la baldosa siguiente y el siguiente bache, según murmuraban algunos, los que más erraban o los que fallaban al dar los pasos y tardaban en volver a la superficie.

A lo sumo, si las circunstancias se presentaban favorables, íbamos por ahí tragándonos las bocanadas y simulábamos ser simples transeúntes sin preocupaciones y nos mirábamos o creíamos mirarnos sin reconocernos, inmersos en la levedad que la humareda nos producía.

Lo dicho. Vagábamos como parias condimentados con grumos de tamaños diferentes y sin ninguna suspicacia admitíamos, en especial en los pasajes sin salida o en las estaciones de subte en las que apenas se podía respirar y costaba un sofocón el bajarse o el subirse, que de seguir así de ahumados por el transcurso de la vida pública, se nos caería el pelo a montones y a los pocos metros agregábamos que, si queríamos conservar la cabellera con o sin motivo, bien pronto debíamos cambiar de loción para después de la afeitada o de crema depilatoria para antes de la pasadita letal para los pelitos.

Fragmento del Capítulo 1: Algo revuelve el avispero de la novela "La ciudad después del humo" de reciente aparición

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Mario Capasso lee en "La subasta"

Mario Capasso anticipa un fragmento de su próxima novela a publicar en "La Subasta" Café Literario coordinado por Norma Padra el 18-09-10