jueves, 30 de junio de 2011

Presentación de "La Ciudad después del humo" de Mario Capasso

Presentación de la novela La Ciudad después del humo, de MARIO CAPASSO, con prólogo de Sergio G. Colautti, editada por MARTELLI Y LÓPEZ EDITORES (que con esta obra inicia su inserción en el mundo del libro de nuestro país con una colección dedicada a difundir buena literatura, en cuidadas ediciones).

Palabras a cargo de Federico Jeanmaire, escritor, y de Ezequiel Acuña, periodista. Numa Viard, locutor nacional, leerá fragmentos de la obra. El evento será conducido por Belén Castellino.

La Ciudad después del humo es el cuarto libro de MARIO CAPASSO. Su novela El edificio y el volumen de cuentos Piedras heridas –2do. Premio, año 2003, del Fondo Nacional de las Artes– serán traducidos y publicados en Francia por EDITIONS LA DERNIÈRE GOUTTE.


Jueves 21 de julio, a las 19 hs. (Puntual)

Sala Augusto Raúl Cortázar

Biblioteca Nacional

Agüero 2502

sábado, 11 de junio de 2011

La Ciudad después del humo - Martelli y Lopez editores

- Porque las personas aquí presentes han emigrado contra su deseo y se merecen un análisis político y social y también esa parafernalia de conceptos con la que siempre arremetemos y que nunca se termina de entender.
Eso dije entre dientes y caries y algunos espacios vacíos, supongo que a modo de justificativo, antes de encarar una subidita por el mismo precio. Arranqué despacio, como si me aguardara un chiquero o el pago de una deuda.
Di unos cuantos pasos para adelante, tratando de no pisar a nadie, con alguna que otra excepción no tenida en cuenta. Cuando ya desesperaba, me pesqué en infracción y, como discurría sin caña ni red, me limité a imaginar una carnada y a tirar líneas porque sí nomás.
Ya en la cumbre de la subidita, ensarté un paréntesis sin grandes ilusiones, y ahí arriba me topé con un montículo imprevisto, compuesto de tierra y piedritas de origen y materiales diversos, que el viento y su designio impalpable habían creado poco a poco, según aposté con una bocamanga más baja que la compañera. Tal fue mi conclusión favorita, aunque no cabía descartar por completo la participación no sé si desinteresada de la violencia de género, según creo haber pensado con la ropa bien puesta y con una naturalidad que desconozco de dónde saqué.


La atmósfera preexistente se convulsionó. Unos cuantos relámpagos, quizá frutos del rayo que no cesa, más que estallar en la bóveda antes celeste e iluminar el cosmos y toda su parafernalia, aparentaron discutir entre ellos.
Una gran trifulca universal.
- La pelea del siglo.
Las muletillas y los insultos de la naturaleza sonaban cada vez con mayor fuerza y yo quería acusar recibo pero carecía de talonario. Pero no de labia.
- Por razones de estricto orden cósmico, yendo de un santiamén a otro aún más repentino, sin ninguna preocupación por las canciones de cuna, el cariño materno y la lactancia de los querubines, de una brevedad a otra va a largarse a llover sin chupetes, van a caer biberones de punta –sentencié sin cortes, no sé si ya con dicción de trueno o con la esperanza de obtenerla a la primera o segunda gota, bañado por la fascinación que esta perspectiva ofrecía, imaginándome enjabonado hasta las pestañas y algo más.
De súbito, en señal de desprecio hacia las dos o tres probables presiones que lo conminaban a apaciguarse antes de que fuese demasiado encapotado, el entorno en su totalidad comenzó a palpitar, a asemejarse al corazón de las tinieblas, una imagen que al toque vislumbré como una promesa en la figura de un gran barco en plena navegación hacia la nada. Calculo que ahí, durante esa campaña en la que el firmamento se puso a chirriar de lo lindo, empezó a desequilibrarnos la zozobra.
- Uy, uy, perro, perro, dale, dale que se arma el tole-tole y no me gusta repetir las palabras.
Con las tribulaciones correspondientes, ahí parados tipo mármol frente a los sucesos, continuábamos los dos, uno al lado del otro y viceversa. Yo con mis fantasmas y el pichicho supongo que con sus piojos y sus pulgas y algún que otro recuerdo de épocas mejores. Ambos pegaditos a la perspectiva de una iluminación que se nos prendiera del cuadril y que viniera a sacarnos de la parrilla en la que estábamos.
Para decirlo con franqueza, no sabíamos qué hacer y eso hacíamos.
Mirábamos.
El gentío fue aquietándose.
Una quietud rara, hasta que.
- Pichicho, presiento que algo, sin hacer ningún ruidito, agazapado como una adversidad que ahora retorna a las andanzas, se ha puesto a funcionar mal, muy mal y sin socorro a la vista –dije a modo de indagación de la realidad o de frase célebre destinada al olvido.
El declive, que hasta ese momento se había mantenido derechito, comenzó a inclinarse.
Y no bastó con eso.
Una vibración de la atmósfera se hizo presente y comenzó a desparramarse y a cobrar sentido en una cuota sola y en una sola dirección.La peor de todas.
- Ahora sí que la terminamos de embarrar. Más claro ya se notaría aguachento. Porque parece que se destapó la debacle.
Me di cuenta del colosal movimiento puesto en marcha y eso quise expresar a través de un par de gemidos.
El éxodo se había implantado en tierra fértil y conseguido fuerzas en las barracas y en los monoblocks y contaba ahora con sus adeptos, que por lo que se apreciaba sin mucho esfuerzo vendrían a ser, en principio, sin necesidad de enumerarlos, casi todos los habitantes de La Ciudad.

Martelli y López Editores
4709-1909 / 11-6162-1273